un poco de ajenjo

De las alas del hada verde para sus débiles mentes

jueves, junio 02, 2005

Los Oníricos y yo III



A un Onírico nunca se le debe hacer llorar, nunca hay que despreciarlo, porque no vuelve más. Se convierten en noches blancas tapizadas de silencio, en llantos imaginarios y en maullidos de gatos en celo que impiden descansar. Cuando se induce a un Onírico mediante sustancias, este suele actuar de forma rara e inesperada, así que si le ha dado de beber o ha viciado al Onírico, no es de extrañar que amanezca mutilado, con marcas de dedos en los brazos o con la conciencia marchita. A los Oníricos no se les debe confundir con ilusiones, visiones o deseos, ya que ellos no están atados a la voluntad del conciente, sino que transitan entre la delgada línea de lo Lúdico y el Horror. Un Onírico no es gobernable, son rebeldes por naturaleza y suelen meterse en líos, de los cuales se libra desmayándose al amanecer. Si por accidente un Onírico es llamado y se sienta sobre la cabeza de quien lo llamó, puede que esa persona no vuelva más… Los Oníricos nunca mueren, son como pequeñas aves fenix, una vez consumidos en el fuego de nuestra imaginación, vuelven convertidas en una pasión que nos abraza el pecho y la mente, se refleja su luz en nuestro ojos y hace que nuestra sonrisa brille intensamente cuando los invocamos o los evocamos en nuestro pensamiento. Un Onírico es amorfo, pero si lo reflejamos en un espejo nos muestra su forma verdadera: el oscuro seno materno en donde nuestras madres nos soñaron.

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